miércoles, 15 de febrero de 2012

TESTIMONIO DEL TERROR

Mi nombre es Marlene, nací en Coracora, departamento de Ayacucho, voy  a contar  algunos episodios tristes de mi vida, como lo que me pasó cuando tenía 11 años. Nosotros vivíamos en la hacienda de Lampalla frente a Piedra Blanca, en la quebrada de Coracora, ahí era todo tranquilo, mi papá era el encargado principal de una hacienda, a veces yo escuchaba que los mayores hablaban de lo que estaba pasando en otros pueblos con  el terrorismo, pero recién pude experimentar de cerca lo que otros habían pasado cuando ellos llegaron a la hacienda.

Era el año de 1991, recuerdo que mi papá tenía una radio portátil, siempre escuchaba las noticias, así se enteró de que un grupo de hombres venía por las alturas de Yauca y estaba dirigiéndose a la quebrada, era el lugar por donde estábamos nosotros. Ya  de  noche después de deshojar maíz, estábamos  todos en la cocina con miedo, serían las nueve de la noche cuando, Victoria, una chica sale hacia afuera para hacer sus necesidades, y escuchamos que gritó, pero clarito nos dimos cuenta que alguien le había tapado la boca. En ese momento, ellos empezaron a tocar la puerta, diciendo abran compañeros, se  escuchaba que eran bastantes, hacían bulla. En ese tiempo se comentaba que ellos se llevaban a los niños y jóvenes desde los 12 a los 17 años a la fuerza, por eso será que mi mamá rápidamente me hizo acostar entre mis primitos pequeños y yo tuve que encogerme para que me confundan con alguien de menor edad,  porque mi cuerpo era muy desarrollado y aparentaba tener más de once. Recuerdo clarito que mis dientes rechinaban, mi cuerpo temblaba, hasta hacer sonar los resortes de la cama, porque sentía  mucho miedo. Desde donde estaba podía ver hacia la cocina, había hombres y mujeres todos  con la cara seria y con sus armas, se comunicaban con unos aparatos con antenas grandes o radios, ellos hicieron  preparar  comida porque estaban con hambre. Llegaron con la intención de matar al dueño de la hacienda, pero él no estaba esa noche. A mi papá le dijeron que abra las puertas que tenían chapas y estaban cerradas, pero él no tenía las llaves y recibió una patada. Uno de ellos disparó a las  chapas de las puertas hasta que se abrieron, allí encontraron  en una despensa todo tipo de comidas y enlatados, que el dueño había guardado, cuando se fueron se llevaron todo eso.
No sé cómo mi papá se ingenió para sacarme escondida debajo de su poncho, me  llevó hasta la chacra y me dejó debajo del maíz en un surco, me dijo que no salga de ahí hasta que me vinieran a buscar. Me quedé sola, muy asustada, pensando en que algo malo le estaban haciendo a mis padres y hermanos, expuesta también a una mordedura de víbora o de algún otro animal, así estuve toda la noche llorando en la oscuridad.

Al día siguiente los hombres salieron a la chacra a sacar maíz,  me asusté mucho cuando vi que se acercaban hacia mí, en ese momento oí la voz de mi papá que les habló y les señaló  por dónde encontrarían choclos grandes, de ese modo cambiaron de ruta  y ya no me vieron,  de lo contrario pienso que  me habrían llevado.

 Yo tuve que seguir echada, boca abajo, mi barriga sonaba de hambre pero ni siquiera podía levantarme a romper la caña  porque corría el riesgo de que me vean, así estuve con hambre y sed hasta que otra vez llegó la noche. Mi papá no podía salir a verme porque a él también lo vigilaban. Ellos se fueron al tercer día y mi familia fue a buscarme, ahí me encontraron sin fuerzas y me llevaron a la casa. Fue una experiencia muy dura a mis once años.

Al siguiente año, fuimos a Piedra Blanca, ahí estaba la  hacienda del señor Andrés Ibarra, al que habían matado dos años antes y solo vivía la viuda con sus dos hijos de cinco y siete años. El finado había tenido cuatro esposas, en ese tiempo ellas se habían reunido para repartirse los bienes y habían llegado al lugar para conocer lo que les correspondía.

Nosotros vivíamos con su última esposa, la señora Avelina. Era el mes de febrero y habíamos salido al campo a escarbar camote con mis primos, yo tenía doce años, ellos, entre los once y diecisiete, además de dos mayores que eran esposos. Recuerdo que el sol se estaba escondiendo entre los cerros, serían las cinco de la tarde, cuando vimos que por todo el callejón de enfrente venían hacia el lugar, haciendo una sola fila, todos  con sus armas, hombres y mujeres con dos acémilas adelante.

 Fuimos hacia el otro lado con la intención de escondernos pero vimos que por ahí venía otro grupo con la intención de cercar la hacienda. Nosotros nos asustamos y empezamos a llorar porque de todas maneras nos iban a encontrar en el camino. En ese momento mis primos mayores acordaron que los menores entremos a un canal de agua del cual se abastecía la hacienda, que estaba  cerca del camino para escondernos ahí, así  debíamos avanzar en sentido contrario, poco a poco, hasta que los terroristas  pasen por el camino sin vernos. Antes de eso, mi primo mayor  se había regresado y logrado sacar a tiempo a las viudas que estaban en la hacienda, hacia otro lugar donde había sembrío de maíz. Mi papá durante la noche echó al canal de agua algunas manzanas, choclos y queso para poder recogerlo y comer algo porque no sabíamos cuántos días debíamos mantenernos alejados del lugar. Así  seguimos avanzando dentro del agua, hasta llegar a un  lugar montañoso. Salimos ya  casi de noche, ahí muy asustados dormimos al borde del río.

Al día siguiente mis primos empezaron a colocar en la copa de un árbol pedazos de  ramas resistentes, teníamos que ser bien discretos. Arriba  pudieron armar  una especie de base que nos serviría de cama para permanecer ahí, escondidos  durante  tres  días. Sólo bajábamos para hacer nuestras necesidades. Recuerdo que en un día y medio se había terminado nuestra comida y en el tiempo restante nos sentíamos moribundos, pero, por temor, preferíamos quedarnos en el lugar. Esas tres noches pasamos en el árbol echados mirando al cielo, pensando en lo peor.

En la hacienda, los terroristas mataron a balazos, a un  toro padrillo, luego hicieron preparar comida para todos y se llevaron bastante carne. Antes de irse habían amenazado a la gente diciéndoles que pobre de aquel que hable algo, le sacarían los ojos, la lengua, la cabeza y como ejemplo de lo que les sucedería, le dieron un machetazo a un carnero y lo degollaron. Mi mamá había visto que entre  todos  había   dos chiquillas de 15 y 16 años que lloraban en silencio mirando hacia el lado de su pueblo Chaquipampa porque estaba al frente, las estaban trayendo de aquel lugar. También habían subido a Pullo y se habían llevado a Juana, una chica de 16 años a la que  conocíamos todos porque siempre venía a deshojar el maíz, hasta hoy nadie supo de ella.

Tres días después  vimos que llegaron los militares de la base de Pullo  con la intención de entrevistar a la población, por la noche también llegaron los militares de la base de Chaviña y Lucanas a caballo. Al día siguiente comenzaron a entrevistar a los mismos pobladores. Nunca entendí porqué motivo los militares de ambas bases casi se matan, se desafiaron  al extremo de alistar sus armas para enfrentarse entre sí , nosotros permanecíamos entre ellos también asustados, llorábamos de miedo, recién estábamos recuperándonos del susto anterior, y veíamos que querían dispararse entre sí.

Mi papá les dijo que en quién íbamos a confiar, que si habían venido a  pelear entre sí para asustarnos más de lo que ya estábamos. Entonces los militares nos trataron mal, nos reclamaban  y decían ustedes han atendido a los terroristas, mi mamá les dijo que sí lo habían hecho, porque estaban amenazados, que vivíamos entre dos caminos, entre la vida y la muerte. Recuerdo que preparamos caldo en una inmensa olla  para el desayuno y cada grupo de militares se regresó por donde vino.

Entonces decidimos regresar a Coracora, salimos de noche, a escondidas, el viaje lo hicimos a pie en cuatro días. Al llegar nos sentimos más aliviados y más seguros. Pero solo fue por un tiempo. Una noche cerca de la casa,  pasó desfilando un grupo de hombres que daban vivas a su líder, se dirigían al centro del pueblo, yo me puse a llorar porque pensé que otra vez estábamos cerca de un peligro y ya no teníamos a donde ir. Empezamos a escuchar las detonaciones, que remecían nuestra casa como si fuera un temblor fuerte. Desde la parte alta donde vivíamos pude observar  que  unos objetos  como pirotécnicos eran arrojados hacia la iglesia, al caer sonaban fuerte, dañaron los alrededores de ella, pero el lugar donde estaba la virgen, milagrosamente no se hizo nada, vi cuando  el techo de la municipalidad se incendiaba, así desaparecieron todos los documentos que se guardaban, la jefatura también se cayó igual que la comisaría. Algunos policías estaban en los techos disparando, todo era oscuridad. A los quince días, mi tía me trajo a Lima.

Ahora que recuerdo esos  momentos de horror y angustia  que viví en mi niñez, pienso que se quedaron marcados en mi vida y cuando escucho alguna noticia que tiene que ver con la violencia de esos años, todavía siento miedo, yo  jamás desearía que se repita lo mismo con  mis hijos ni con mis nietos, ni con nadie.

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